Todavía es pequeño, vamos a esperar a ver si mejora. ¿Verdad que a muchos os suena? Seguro que como maestros o como padres, algunos habéis escuchado esta respuesta después de haber detectado algún problema en el desarrollo de un niño o niña.
Me refiero a situaciones en las que han detectado signos de alarma respecto a las problemáticas más frecuentes en la edad escolar: Trastorno del espectro del autismo, trastornos del lenguaje y la comunicación, TDAH, Trastornos del aprendizaje, etc.
Como saben, trabajo como orientador en un colegio público de Educación Infantil y Primaria. Creo que ya tengo el suficiente bagaje profesional como para afirmar que la frase, todavía es pequeño, vamos a esperar a ver si mejora es una medida temeraria.
No quiero que nadie se sienta ofendido, si es así, desde ya pido disculpas. Mi intención con esta entrada no es otra que compartir mi reflexión, mi experiencia y mi punto de vista.
Como decía en la cabecera del artículo muchos padres, profesores y yo mismo como orientador, hemos escuchado la frase.
Suele venir del ámbito sanitario, generalmente: es una frase frecuente en muchos pediatras cuando el colegio, las propias familias o ambos, dan la voz de alarma.
Pero desgraciadamente, esa frase temeraria también proviene de muchos colegas orientadores: así me lo confesáis muchos maestros y familias.
–A ver si te escucha mi orientadora, que siempre me dice que todavía es pequeño… –me soléis comentar padres y educadores, bastante indignados en los cursos que imparto.
Me estoy refiriendo a diferentes signos de sospecha o de alarma con los que nos encontramos en la escuela desde los 2 o 3 años en adelante.
Hablo de esas edades, porque son con las que recibimos a los niños en los colegio, pero me consta, que ya en las escuelas infantiles vienen dando la voz de alarma:
La evidencia empírica de todos los años que llevo trabajando como orientador en las etapas de Educación Infantil y Primaria me dice que desgraciadamente, esperando, no mejoran.
Es más, puedo afirmar basándome en mi experiencia, que esperando a ver si mejoran, los niños empeoran.
Lo digo así de claro: yo por lo menos, no me he encontrado ningún caso en el que hubiera signos de alarma que simplemente esperando, el niño hubiera mejorado.
Pero vamos a dejar alguna posibilidad. De todas formas, por simple probabilidad, en la gran mayoría de los casos, esperar sin hacer nada, no conduce a la mejora espontánea. De esta forma, utilizar la frase “vamos a esperar a ver si mejora”, es apostar justamente al caballo que tiene todas las de perder ¿no es temerario?
La primera parte de la frase temeraria dice “todavía son pequeños…”, es una afirmación equivocada. Si con dos años un niño no habla, mucho más si no lo hace con tres, no podemos decir que sea pequeño. A esa edad ya debe hablar, porque además, venimos así programados biológicamente.
Que un niño comience a hablar espontáneamente a los 4 o 5 años, es la excepción, no la regla. Por cierto, nunca he visto un caso milagroso como ese, en el cual al niño o niña no le ocurriera nada.
No son pequeños si un niño con 2 o 3 años no muestra intención comunicativa, o tiene importantes problemas que se salen del promedio del grupo de su edad.
No son pequeños si un niño o niña después de estar cuatro meses trabajando el color rojo, o el amarillo, no lo aprende, o si un niño no puede verse quieto, corre sin parar, “actúa como si tuviera un motor” en cualquier situación; o ya con 3 años, no controla la caca.
En el fondo se desconfía de la opinión del maestro o de la maestra: desconfían muchos profesionales del ámbito sanitario, padres y lo que no me deja de sorprender… desconfían orientadores educativos.
Y el maestro o maestra ya desde los tres años (estoy seguro de que en la Escuela Infantil también) tiene algo que no tenemos ni los orientadores, ni los pediatras, ni mucho menos los padres: tienen un baremo de la población infantil en su cabeza. Tienen la posibilidad de comparar lo que son conductas habituales o más o menos frecuentes, con conductas o signos excepcionales.
Los maestros pasan muchas horas con los niños, muchos días, muchas semanas… saben de lo que hablan y saben cuando algo es relativamente frecuente y cuando algo es problemático y excepcional.
En el centro en el que trabajo la fiabilidad de las maestras de infantil se acerca al 100 % . Siempre que las maestras de tres años, (el primer curso de Educación Infantil) me dicen:
–Jesús, sé que tienes mucho trabajo, pero en cuanto puedas, vas a tener que valorar a este niño o niña. Yo no sé decirte lo que es, pero algo le pasa.
Efectivamente, hasta hoy, en todos los casos, han acertado: desgraciadamente había algún desajuste.
Pero por increíble que parezca, con esos índices de fiabilidad hay gente tan temeraria que no hace caso. Lo más grave no es que lleguen a la conclusión de que todavía es pequeño, vamos a esperar a ver si mejora, después de haber hecho una valoración más o menos exhaustiva, sino que lo logran con un simple vistazo: ¡qué envidia llegar a valorar a un niño con tan solo mirarlo!
Es algo que no alcanzo a entender por qué se sigue utilizando la dichosa frase, aunque tengo que decir que la tendencia está cambiando.
Por qué se arriesgan a la solución más improbable, por qué se arriesga a lo más temerario, por qué se apuesta al caballo perdedor.
Desde el ámbito sanitario no lo entiendo, cuando en otro tipo de enfermedades o patologías, a ningún pediatra se le ocurriría utilizar esa frase. Tampoco lo entiendo de los orientadores que trabajamos en el ámbito escolar y que tendrán la misma experiencia que yo: que esperando… no se mejora, se empeora.
La frase además, va contra dos principios pedagógicos y de intervención que están recogidos en la legislación educativa española y de todas las comunidades autónomas:
No hay Proyecto Educativo, Plan de Orientación ni Plan de Atención a la Diversidad de cualquier centro que no haga alusión a esos dos principios. Pero una cosa es lo que escribimos, y otra muy diferente lo que hacemos.
Tanto mis compañeros educadores, como yo como orientador, solemos recibir tal afirmación con una gran desilusión y también con indignación.
Cuando a una familia se le comenta, por ejemplo, que debe comentar con el pediatra algunos signos de alarma, no es algo que hagamos desde la escuela a la ligera y de forma improvisada.
En mi caso, como harán la mayoría de orientadores, se hace tras un periodo de observación que confirma que no es algo pasajero. Se recoge información de manera exhaustiva de la tutora, se aplican pruebas psicométricas y de otro tipo al propio niño, se recoge información de la familia…
Es decir, se deriva, después de un proceso de recogida y análisis de información. Además, eso lo plasmamos en un informe escrito y firmado.
Curiosamente nunca he recibido ningún informe escrito y firmado donde aparezca que “todavía es pequeño, vamos a esperar a ver si mejora” y además, aparezca argumentado.
En algunos casos, la familia también recibe la frase con desilusión, pero en otras lo hace con indignación hacia el colegio:
–Veis como a mi hijo no le pasa nada. –suelen reprocharnos cuando le han dicho la frase tranquilizadora.
Pero al margen de la desilusión e indignación, lo peor es que el gran perjudicado suele ser el niño.
Este artículo quiere ser constructivo, me gustaría que las cosas cambiaran. Afortunadamente comparto mi trabajo con excelentes profesionales que hacen las cosas bien y mi experiencia es positiva, y hasta cierto punto… lo que debería ser. Por eso, lo que propongo es lo siguiente:
Si eres padre o madre y te han dado la voz de alarma desde el centro educativo, o tú mismo tienes sospechas de que algo no funciona bien, no aceptes esa respuesta. Recuerda que es apostar a la más improbable. O al menos, no la aceptes como única respuesta.
¿Y si no mejora? ¿Cómo recuperas el tiempo perdido? No la aceptes, busca igualmente una segunda opinión.
Y si eres educador tampoco la aceptes, al menos que te la den por escrito en un informe. Deja constancia escrita de que tú vistes signos de alarma y que fueron desatendidos.
La labor de los maestros y educadores no es emitir un diagnóstico clínico. Su labor es dar la voz de alarma.
La labor del ámbito sanitario, de los orientadores y de otros profesionales es atender a esos signos de alarma. Para ello se pueden llevar a cabo diferentes actuaciones:
En primer lugar, La experiencia empírica de años trabajando como orientador en Educación Infantil y Primaria me dice que el pronóstico de los niños que se detectaron y comenzaron a trabajar entre los 2 y 5 años no es comparable, con aquellos niños que se han detectado y comenzado a trabajar más allá de esas edades. Mucho mejor cuando se han detectado con 2 que con 3 años; mejor con 3 años que con 4 y así sucesivamente.
Y con ellos se empezó a trabajar sin un diagnóstico clínico oficial, de hecho, muchos de ellos terminaron la etapa de Primaria y todavía no lo tienen. Sin embargo, sin diagnóstico, aunque solo sea provisional, los niños no pueden beneficiarse de tratamientos o de apoyos especializados.
En segundo lugar, no utilices la frase “Todavía es pequeño, vamos a esperar a ver si mejora”, como la primera medida; al contrario, déjala como última opción, o mejor aún, no la utilices. Puede ser una respuesta que inicialmente te alivie y te quites un problema de encima, pero el problema no se ha solucionado: estará ahí y volverá con más virulencia. Atiende los signos de alarma.
Y en tercer lugar, termino con una afirmación de Francisco Mora en su libro Neuroeducación, en las páginas 54-55:
Cuando se habla de intervenciones tempranas, se dice, entre los especialistas, que un niño de cuatro o cinco años ya no tiene una edad verdaderamente temprana para detectar muchos síntomas. Muchos déficit se expresan antes y las intervenciones deberían ser realizadas, consecuentemente, antes de esa edad.
Espero que este artículo os haga reflexionar y os pueda ayudar en vuestra labor.
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