La mayoría de los autores coinciden en que la dependencia emocional se fragua principalmente en la infancia. Una relación saludable con la figura de apego durante los primeros años es fundamental para establecer las bases de la socialización posterior. Lo que el niño ve en su familia y la satisfacción de sus necesidades emocionales van a marcar el modo en el que se asome a la vida y al mundo en años sucesivos. Si un niño vive la amenaza del abandono, el chantaje emocional o la represión de sus emociones desarrollará con mayor probabilidad la creencia de que el mundo no es lugar seguro, el otro siempre intentará agredirme y lo que yo siento o pienso no es importante. Esto se traduce en una baja autoestima y en una creencia/herida profunda de que “Yo no soy valioso”. Así, para validar esa autoafirmación el dependiente se enredará en relaciones que lo corroboren: conformarse en relaciones insatisfactorias, sumisas, asimétricas y con malos tratos psicológicos o físicos.
En la adolescencia la familia pasa a un segundo término y son los amigos los que priorizan la forma de interactuar. Se busca a los iguales como compañía, confidentes y modelos de comportamiento. En la adolescencia y juventud es donde se desarrollan los primeros noviazgos así que en este momento es importante tener una buena autoestima, confianza y no temer al abandono ni a estar solos. De esta forma los primeros ensayos mostrarán ya relaciones saludables, de igualdad y sentarán las bases para futuras relaciones más maduras.
Uno de los puntos clave que tenemos que tener en cuenta es la dificultad de detectar esa dependencia por el tono de normalización con el que está teñido. Sufrir por amor está visto con complacencia y condescendencia. En muchos casos, la intensidad de lo que la sociedad llama amor se mide por el grado de dificultad, lucha y toxicidad de una relación