Hace tiempo que quería hablaros de nuestra cocina/laboratorio. No sabía bien cómo porque la idea ha ido evolucionando a medida que avanzaban los meses, como ocurre en la vida real, pero sabía que quería hacerlo. Así que he pensado contároslo en varias entregas, para que ésta no sea demasiado extensa. Hoy empiezo por los inicios, la creación del espacio.
Hace un año y medio mi hija (entonces de 8 años) me dijo que quería preparar la comida para toda la familia. En ese momento creía que su planteamiento nacía de las ganas de participar y ayudar, algo que a medida que crece surge continuamente, y nos hace sentir orgullosos,… pero resultó que no sólo era eso.
Reflexionando un poco sobre los antecedentes, como en muchas de vuestras casas ella y su hermano habían preparado ya muchas veces bizcochos, galletas, pizzas… y les había encantado hacerlo.
También como en vuestras casas, tienen a su alcance cajones con utensilios para preparaciones sencillas como cortar una manzana, un huevo cocido,tomate, lechuga, patatas, fruta…. …
Pero mirándolo con perspectiva eso surgió hace años de nosotros (adultos) y nuestros deseos de pasar un buen rato en familia, o de ofrecerles autonomía.
En esta ocasión era diferente. Esta vez era evidente que ella hablaba de su propio interés y se nota cuando habla de algo más profundo 😉 Así que indagando un poco más llegamos a la conclusión de que quería saber cómo se consigue preparar unos macarrones, unas lentejas, un filete de pollo empanado…. Es decir, conocer el proceso.
Leyendo alguna de las citas de Loris Malaguzzi veo reflejada de manera cristalina la curiosidad que a ella le movía, y la riqueza que hay detrás de todo lo cotidiano, lo que vivimos día a día y sin darnos casi ni cuenta.
“Por ejemplo, es necesario hacer que la cocina ocupe el lugar que se merece (…) De otra manera, puede suceder que los niños y niñas sólo conozcan los platos: la menestra, la carne, la fruta. Es decir, de todos los procesos desarrollados en la cocina, conocen nada más que el producto final, cuando lo que interesa son dichos procesos (…)”
Lo primero que me vino a la mente ya os habréis imaginado qué fue “Ostris. Aceite caliente, agua hirviendo, fuego…” Lo valoré durante unos segundos y sabiendo que ella iba en serio le dije que contase conmigo y que prepararíamos juntas una cocina, una cocina a su altura. ¿Por qué? Aquí vienen mis motivos, que no tienen por qué ser los vuestros 😉
Así que, una vez tomada la decisión, el mayor problema fue encontrar un hueco donde situar la cocina porque, si teníais alguna duda, no vivimos en una mansión 😉 Me pasé días y días con la idea en mente recolocando todo hasta que lo ví claro. Había un hueco donde podría entrar un pequeño mueblecito. Tomamos las medidas, nos dedicamos a buscar opciones y encontramos una en Ikea. A continuación miramos una vitrocerámica de camping que no fuese demasiado grande (os dejo el enlace de Amazon más abajo) y a partir de ahí todo fue más fácil. Cogió una sartén y una cazuela de las nuestras, unas cucharas de madera, una botella de aceite manejable para sus manos y a medida que surgían necesidades íbamos incorporando soluciones; un colador para la pasta, un frasco para la sal, unos especieros, un rollo de papel absorbente…
Esta cocina sí era explorable para ella, adaptada a su tamaño y con procesos reales. Así empezó un día a cocinar, a enfrentarse a regular un fuego, a calcular cantidades, a ver cómo se transforman los alimentos de frío a caliente… y a un montón de aprendizajes valiosísimos de los que os hablaré otro día, porque su cocina se convirtió en un laboratorio y por el camino apareció también la creatividad.
De momento os dejo el enlace (afiliado) e la vitrocerámica, por si os animáis a preparar un espacio así, en casa o en la escuela. Y otra que he visto algo más económica:
El banco de Ikea creo que era de la colección MUSKAN, pero no he conseguido encontrarlo ya en su Web. Algún mueble abierto tipo zapatero también podría servir.
Artículo de Inspirados en Reggio Emilia formada por Carolina Kenny y Elena Muñoz profesoras del curso